Creo que la desconexión entre personas también refleja una desconexión con lo vivo. En un contexto donde humanización y naturaleza parecen distanciarse, nuestros vínculos se han digitalizado, automatizado, y esa frialdad se extiende al entorno que habitamos.
En tiempos de IA, redes sociales y relaciones cada vez más funcionales, recuperar lo humano implica también recuperar el cuidado por todo lo que tiene vida: personas, animales, ecosistemas. Porque deshumanizarnos también es dejar de sentirnos parte.
La vida moderna parece apurada. Las horas devoran la cotidianeidad. Cuando intento entender qué sucede, el ciclo vuelve a empezar. Durante la pandemia, la virtualidad desdibujó el contacto humano. Desde entonces, algo cambió.
Hoy la información llega sin pausa. Lo que antes era ciencia ficción es parte de lo cotidiano: robots humanoides, IA en cuidados, autos autónomos. La inteligencia artificial es una creación humana con doble filo. Su presencia nos obliga a repensarnos.
La empatía perdida en la era digital
En una compra online me enfrenté a un chatbot. Repetía respuestas sin entender mi necesidad. Cuando finalmente respondió alguien, no hubo mejora en la comunicación. La falta de empatía estaba presente incluso en una persona real.
Nos acostumbramos a hablar con emojis. Aprendimos a leer emociones en pantallas. ¿Cuándo dejamos de comunicarnos? ¿Cuándo empezamos a tratar al otro como algo funcional? La tecnología fascina, pero también amplifica una violencia silenciosa que deshumaniza. Dañamos sin miramientos. No solo a personas, sino también a ecosistemas enteros. Como si tuviéramos el poder de decidir qué merece existir.

Humanización y naturaleza: el desafío de ser humanos
La empatía, el cuidado y la compasión no siempre nos acompañan. Cuando esas cualidades no aparecen, nos deshumanizamos. La IA promete acompañar y contener. Imita nuestras emociones con eficacia. Muchos buscan en ella compañía, curiosidad o evasión. Pero ningún sistema reemplaza el vínculo genuino. Podemos aprender a humanizar, pero también podemos olvidarlo.
El siglo XXI nos desafía: con IA podemos construir algo transformador o ampliar las brechas. La herramienta no nos sustituye. Pero nos interpela: ¿aún sabemos qué significa ser humanos en relación con los demás, con lo vivo?
La naturaleza como espejo de nuestra humanización
Si seguimos hablando de humanización sin hablar de naturaleza, corremos el riesgo de fabricar una humanidad incompleta. Una humanidad desenraizada. Nuestra sensibilidad, nuestra ética, incluso nuestras emociones, están moldeadas por el entorno vivo que habitamos.
Humanizarnos implica reconocer que somos parte de una trama mayor, una que une la humanización y naturaleza. Por eso, el desafío no es solo pensar distinto, sino vivir distinto. Que cada conversación, cada política, cada gesto cotidiano nos acerque más a esa humanidad que no excluye, que no arrasa, que no olvida su origen. Tal vez el primer paso hacia una sociedad verdaderamente humana sea volver a mirar la naturaleza como espejo, refugio y guía.