Un reciente informe de la red de monitoreo MapBiomas reveló un dato alarmante: en 2024, los incendios forestales en Brasil arrasaron más de 30 millones de hectáreas, una superficie mayor que la de Italia y un 62% por encima del promedio histórico desde 1985.
La Amazonía, como era previsible, fue la región más afectada, con 15,6 millones de hectáreas consumidas por el fuego -más del doble del promedio registrado en los últimos cuarenta años-.

Este panorama ubica a 2024 como el segundo peor año en Brasil en cuanto a superficie quemada desde 2007, y marca un nuevo hito en la fragilidad del mayor bosque tropical del planeta.
La selva amazónica, clave en la absorción de gases de efecto invernadero, enfrenta así una doble amenaza: por un lado, una sequía histórica atribuida al cambio climático; por otro, incendios en su gran mayoría provocados por la acción humana, muchas veces ilegal y orientada a la expansión agrícola.
“Cuando el bosque se quema, pierde humedad, cobertura vegetal, y eso altera todo su microclima, haciéndolo más vulnerable a nuevos incendios”, advirtió Felipe Martenexen, coordinador de las investigaciones de MapBiomas.

La magnitud de este fenómeno no solo tiene implicancias ecológicas. También reaviva el debate global sobre el rol de los países amazónicos en la agenda climática. En noviembre, Brasil será anfitrión de la COP30 en la ciudad amazónica de Belém, donde estos datos seguramente marcarán parte del tono de las discusiones.
Desde 1985, cerca del 24% del territorio brasileño ha sufrido al menos un incendio de vegetación. Pero lo ocurrido en 2024 no es solo una estadística más. Es un síntoma grave de un sistema bajo presión, en el que la selva ya no alcanza a regenerarse antes del siguiente golpe.

